domingo, abril 10, 2005

Semana Santa (cuento)

Semana Santa

Se puso de pié. Estaba apoyado en la pared del pasaje. Se sintió abandonado. Pronto cayó en la cuenta de que no había nada qué hacer, y estaría completamente solo.
Se asustó.
No era la primera vez que se quedaba solo, vamos, claro que no. Sabía que escucharía discos que ya nadie escuchaba, hasta hacerse notar por fin entre sus similares (por lo demás, personajes inventados, ustedes entienden, gente que no existe) y finalmente tomaría una cerveza, y fumaría. Lentamente se aproximaría más y más a un mundo que no planeaba compartir con nadie.
- ¿Por qué? -le preguntó alguien de la nada, él estaba abatido en el interior de una cocina en penumbras.
- Porque la vida es así, quiero decir, nadie está acompañado siempre...
Se escucha un ladrido a lo lejos. Una nube avanza lentamente partiendo en dos la luna.
Porrito (así le decían al sujeto) dejó de fumar. Eran como las nueve de la noche, sostenía en una mano una cerveza. Miró a través de sus anteojos de sol la calle y se dispuso a esperar algún movimiento en falso.
Pero la calle estaba vacía.
- No, Porrito, no... -pensó...
Entonces percibió (con ayuda de la marihuana) un sonido quedo. Una música narcótica, que salía del estéreo, que ondulaba en la sala de su casa, alumbrada también por una luz tenue. Porrito se dispuso a esperar. Algo va a pasar, se dijo, porque donde nada sucede todo está a punto de suceder.
Y era cierto. Sonó el teléfono. Porrito sabía que iba a pasar. Era Tony Blair. Tony Blair le dijo que todo andaba bien. Porrito le preguntó por los negocios. Tony Blair le dijo que todo andaba bien.
- ¿Trabajarás toda la noche?
- Es Semana Santa, hermano. Todo el mundo trabaja toda la noche.
- Claro.
Porrito le preguntó si podría traerle un chamo.
- Tienes efectivo.
- Vamos Tony.
- Estoy en el sur, huevón, ¿tienes efectivo?
Porrito se angustió.
- La verdad, no.
- Entonces no iré, Porro.
Colgaron.
Desde que Tony Blair era dealer los amigos de Porrito y Porrito se habían distanciado. Era algo así como inexplicable. La gente crece. Quiero decir, los amigos del barrio pueden desaparecer y todo eso. Pero los amigos que uno hace en el colegio, esos amigos con los que uno crece, esos están muertos desde ya, y están enterrados en una asquerosa fosa común. Y los gusanos hurgan su cerebro. Porrito lo sabía. Por eso se alejó.
Y se alejó tanto. Dios, nadie sabe cuánto se alejó. Y se alejó tanto, que por un segundo se sintió un completo extraño. Y se preguntó si eso era lo que de verdad quería Porrito. De cabello ondulado y tieso. De ideas comunistas. De poesía social mala. De amor platónico y fideos por la noche. Se puso a fumar. Sólo, y con la luz del televisor en la cara. En la cocina. Porrito vio el programa cómico de los sábados por la noche y se puso a extrañar.
- ¿Pero extrañar a quién?
- Esa no es una pregunta, en realidad.
- ¿Extrañar por qué?
- Porque uno todavía es joven.
- Esa no es una salida.
Y entonces pensó en que alguien puede sentirse muy triste. Y que después de extrañar no queda nada. Porque de nada sirve tomar licor, en realidad, y de nada sirve fumar. Porque Porrito es escritor. Y no debería joderse tanto el cerebro. Entonces pensó en que elevarse un poco más no sería mala idea. Algunas personas (como Porrito) tienen la habilidad de abandonarse por completo.
Por las calles de Porrito alguna gente está despierta. En el barrio de Porrito la gente está muy liberal, y en verano los chicos salen a pasear en autos, o algunos otros chicos besan a sus chicas en los parques. Porque la vida en estos días puede revivirse con cierta quietud. Los amigos de Porrito, por ejemplo, los amigos del barrio, han abandonado por lo pronto la actividad mierdista (esa actividad adolescente, casi vandálica) y han escondidos sus miedos y se han vendido a mujeres extrañas.
Y Porrito sabe que la luz amarilla de los postes de luz de los parques, por la noche, y aquel contraste terrible de los árboles verdes, casi negros, en la inmensidad de la noche...
Y entonces Porrito piensa que sentirse solo está muy bien. Que no importa mientras la noche sea en realidad noche y no una cosa amorfa. Que nadie necesariamente es feliz siempre. Que si uno se esfuerza mucho en recordar, no será más que esclavo de su propio pasado Que si uno se esfuerza en escribir, tarde o temprano escribirá algo bueno (que la luz tenue de un sábado a la noche es la luz tenue de un tipo sentado) que no es igual a la luz tenue de una música narcótica un sábado a la diez de la noche sin nada de gloria:
- Escucharé algún sonido que no sea un recuerdo...
Nadie en casa de Gustavo. La luz está apagada, el timbre no responde. Porrito empieza a gritar como un loco.
Camina hacia el teléfono público de la esquina.
- Aló, Gustavo...
- Deje su mensaje en la casilla de voz...
Porrito piensa que quizá Gutavo escuche sus mensajes. En seguida Gustavo:
- ¿Quieres escuchar Rock´n Roll...? -Y suena una versión de Cocaine, extraña.
La canción es larga y Porrito cuelga. Está defraudado. Camina por el parque César Vallejo pensativo, sobretodo triste y amargado. Cuando pasa de regreso por el teléfono público piensa en llamar a Paty. Y esa es una idea que le agrada bastante y, por lo demás, le parece bien. Llamar a Paty es una buena idea y se vislumbra como una especie de estela maravillosa en el cielo. Y los postes de luz esta vez son hermosos. Y son capaces de engañar a cualquiera y Porrito llama.
A lo lejos contempla una escena que se divide en tres actos. Gustavo y otro tipo, al que reconoce como Marcel, están sentados en un parque un sábado de Semana Santa fumando como locos. Junto a ellos está esa chica que reconoce como “aquella chica que hace malabares con fuego en la esquina de Primavera con Velasco Astete”. Los tres están contemplando una especie de ave que revolotea como una aburrida iluminación divina (o un maldito pájaro brillante) alrededor de un alumbrado público de luz blanca, muy potente. Los tres miran aquella cosa, conversan y fuman...
Acto Número Dos:
En frente de ellos, mientras Porrito llama, en una de las ventanas de un edificio una chica vestida de escolar se despide de un chico de peinado informal con un beso en la mejilla. Ella lo contempla desde su ventana alejarse. En seguida sucede algo extraño. Esta chica cae de bruces contra el suelo y una especie de maceta con un cactus encima empieza a temblar de manera espasmódica. El amigo, de alguna manera, se da cuenta de ello y se apresura a tocar el timbre de nuevo. Al parecer, está un poco angustiado y mira mucha atención la ventana del segundo piso del departamento donde vive la chica. Se alcanza a percibir un color lúcuma en la sala. La luz en todo el parque es, por igual, amarilla.
Finalmente el cactus deja de moverse.
Acto Número Tres:
Un tipo de cabello ondulado y lentes de montura gruesa camina apurado por la vereda aquella noche. Son casi las diez. Está por pasar junto a Porrito cuando escucha su nombre salir del timbre de uno de los edificios altos. El chico se detiene. Mira con curiosidad el timbre de aquel edificio (que lleva una de aquellas cámaras de aspecto azul que lo mira) y el chico está visiblemente borracho o drogado y lanza una pequeña risa. Tiene ambos ojos desorbitados. En seguida contesta. La luz le dice que suba. El chico no se lo cree del todo y mira una vez más la cámara. La entrada del edificio despide una luz blanca muy potente y el chico continúa su camino. En seguida la reja del edificio se abre y el chico empieza a correr.
Fin de la escena en tres actos.
Paty no contesta. Porrito lo intenta varias veces. No quiere regresar a su casa y estar solo porque eso significaría volver a la quietud morbosa de un sábado a la noche con todas sus películas. Finalmente, cuando está a punto de desistir, alguien contesta.
- ¿Quién es?
- ¿Está Paty?
- Sí.
Porrito reconoce la voz de Paty. Parece que dormía. Mira una vez más el parque y el cielo. Todo está oscuro y Gustavo y sus amigos de ponen de pié y caminan. Son tres sombras tambaleándose a lo lejos y Porrito imagina que van a seguir fumando y bebiendo.
- ¿Qué haces?
- Nada dormía.
- ¿Estás en tu casa?
- No.
Hay una pausa enorme. Porrito no sabe qué decir y en seguida suena un pito.
- Ya se va a cortar.
- Sí.
- ¿Estás sola?
- Estoy en casa de mi primo.
- ¿Estaban bebiendo?
- Sí un vino...
La llamada se corta ahí. A Porrito no le queda otra que caminar en dirección a su casa. Piensa en comprar un helado o algo por el estilo pero en cuando se da cuenta de que ya está pisando las flores del pasaje donde vive, siente una terrible punzada en el estómago. Cuando está adentro, en la cocina, llama al gato. Revisa algunas cosas, piensa en que todo está en su lugar. Se sienta pesadamente en una silla y fuma un poco más.
Prende la televisión.
Están dando Pesadilla en Elm Street y Porrito se siente afortunado. Fuma mientras ve a Jonny Deep. En seguida apaga la luz. Abre una cerveza más. Poco a poco se queda dormido. Cuando lo encuentran ha pasado Semana Santa.